30 May
30May

Tiempo de rock and roll, minifaldas, hot pants, tardeadas, neverías, autocinemas... Tiempo de campeones.
En aquella época, un grupo de jóvenes, con diferentes motivaciones y por diferentes caminos, llegamos a jugar futbol americano al equipo de Fogoneros de la escuela Prevocacional 3, del Instituto Politécnico Nacional.
Compartiendo en el campo de entrenamiento sudor, golpes, cansancio, triunfos, fracasos... y, en el campo de la vida, estudio, fiestas, pleitos, borracheras, anhelos, ilusiones…, nos hicimos amigos entrañables.
A través de los años, algunos se empezaron a despedir, el primero, Edgardo “El Galo” Camacho, a los 20 años de edad y, curiosamente, en forma puntual cada década uno más nos decía adiós.
Recién finalizado el tercer cuarto del juego, el equipo ha quedado mermado, se ha ido casi la mitad del grupo original de amigos... los extraño. En esta etapa de mi vida, estoy cierto de que el Gran Head Coach está formando un súper equipo y ha estado convocando a los mejores jugadores; no sé qué tenga que hacer, ni cómo, ni cuándo, pero quiero jugar en esa selección.
Trato de evocar las virtudes fundamentales que tenían los que han sido llamados para emularlas, esas cualidades que los distinguían, que los hicieron únicos y amables, ¡pero eran tan diferentes entre sí!
No puedo evitar cierta amargura cada vez que recuerdo al “Galo” Camacho (se llevó algo de mí), ¿por qué con esa prudencia que siempre lo caracterizó, paradójicamente se tuvo que ir por una imprudencia? ¡Cuántos planes y sueños tuvimos que posponer!
Pedro Palacios y Guillermo Iglesias, los gigantes del equipo, con esa fortaleza física y emocional que los distinguía; el primero se retiró desgastado por los tropiezos de la vida, y Memo Iglesias, sólo Dios sabe por qué decidió dejar de jugar.
Roberto Rivas, vecino de la colonia Guerrero, de familia humilde, buen amigo, mal estudiante, buen alburero, mal hablado, bueno para pelear, malo para decidir. Decidió incorporarse a un grupo especial de lucha contra el narcotráfico de la Policía Judicial.
— Órale mi Beto, ahora sí, a sacarle la fruta a la piñata.
— ¡Cómo crees mi buen!, alguien tiene que moralizar a la Policía.
— ¿Y ése vas a ser tú?
— ¡Ooooh! (seguido de un pequeño silbido).
Tres meses después lo encontré portando en el cuello una cadena trenzada tipo Cartier, un reloj Rolex en una muñeca, y en la otra una descomunal esclava de oro con su nombre grabado.
— Qué onda ése, ¿cómo vas con lo de la moralizada?
— No se puede carnal.
— ¡Pinche Beto!
El tiempo se encargó de que comprendiera el significado de la palabra justicia. Renunció a lo que parece irrenunciable, al dinero y al poder, y terminó los últimos minutos de su juego en el seno de su amada familia.
Al coach Virgilio, el viejo buche (cuando tienes 15 años, los de 35 ya son viejos), lo caracterizaba una gran templanza, no sólo por lidiar con nosotros, sino por luchar a través del duro entrenamiento y de la disciplina, para que la razón anulara nuestros deseos desenfrenados.
… en fin, no encuentro nada común por lo cual fueron elegidos.

Seguiré entrenando para desarrollar mis propias virtudes y continuar jugando con alegría lo que queda de este partido, con la esperanza de que, al finalizar, sea convocado para encontrarme con mis amigos y, bajo la dirección del Gran Head Coach, digamos al inicio del gran juego, uniendo enérgica y amorosamente nuestras manos: “Un Huélum y a ganar”:


¡Huélum, Huélum, Gloria
A la Cachi Cachi Porra
A la Cachi Cachi Porra
Pim Pom Porra
Pim Pom Porra
Politécnico, Politécnico
Gloria!

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